Bar Freedom en Pokhara, Nepal. Saboreo un café Mustanf, típico de estos lares mientras me recreo con el atardecer sobre los lagos de Pokhara y la visión épica del Machcapuchere, la monraña sagrada jamás escalada. Más arriba los Annapurnas y el Daulagiri, donde descansa nuestro querido Santi Sagaste.

Observo a los montañeros que se congregan en el Freedom afanados en contar historias y compartir proyectos y pasiones. Americanos alemanes y suizos barbudos y desaliñados que preparan con ahínco y meticulosidad la ascensión al Annapurna. Junto a ellos sus porteadores newaríes que indican los detalles que, a buen seguro, pasan desapercibidos para el occidental hambriento de épica pero carente de realidad.
Los próximos días dan buen tiempo y todo apunta a que habrá multitud de ascensiones a la gran pirámide donde Ochoa de Olza reposa para la eternidad. Se respira pasión y mucho nerviosismo, yya que para algunos estar aquí signidica culminar muchos meses, incluso años de lucha por conseguir su sueño.

Veo manos curtidas con varias falanges perdidas en sus ascensiones a los gigantes himalaicos y percibo el miedo que invade la estancia, a pesar de la música y las cervezas que invitan que intentan relajar el ambiente.
Comparto mesa y refleciones con una pareja de noruegos decididos a hacer cumbre en las próximas semanas. Es su tercer ochomil. Hablamos sobre nuestros proyectos y acercamos relatos y aventuras con un brillo en la mirada típico del aventurero solitario e incomprendido. Nuestra consversación profunda y embriagadora nos hace llegar al tema de todos los temas; el miedo.

El nudo en el estómago, las voces internas ante el desafío, la gestión del temblor y de la mayor soledad que uno pueda experimentar ante sus dioses y sus demonios.
Y de repente, aparece algo que siembre en todas las conversaciones con himalayistas aparece; el segundo vital: «Todos tenemos miedo. La noche antes de intentar una cumbre no duermes por el miedo; cuando piensas en los detalles y los peligros te paralizas y el nudo en el estómago te aprieta y te tortura. Pero piensas que el segundo vital vendrá, llegará y con él toda tu fuerza y poder que te ayudarán a ser sabio y tomar las mejores decisiones. Descubres que el miedo desaparece cuando comienza la acción y tomas el control. Cuando al amanecer te calzas los crampones, respiras profundo y das el primer paso, es entonces cuando no hay miedo».
Y en nuestra vida cotidiana pasa exactamente lo mismo. Hay que aprecir ese segundo vital que nace en cada paso, en cada acción.
Nos volveremos a ver en la siguiente aventura, hasta entonces, que los vientos os sean favorables en vuestras futuras travesías. Hasta pronto.